Julio Castellanos | Director de programas en CROP A.C., etnomusicólogo y especialista en modelos de gobernanza cultural
En México, hablar de cultura es hablar de resistencia, de creación comunitaria, de identidades vivas. Pero también es hablar de estructuras, decisiones y horizontes comunes. En ese cruce entre lo simbólico y lo político, emerge un concepto clave que cada vez cobra más fuerza:la gobernanza cultural.
La gobernanza cultural no se limita a la gestión técnica de proyectos ni al cumplimiento administrativo de instituciones. Es, ante todo, una forma de tomar decisiones colectivamente sobre los bienes simbólicos que nos definen, sobre el acceso a la cultura y sobre el rumbo que toman las políticas culturales. Implica preguntarnos constantemente: ¿quiénes deciden qué cultura se promueve?, ¿cómo se distribuyen los recursos?, ¿quién participa y quién queda fuera?
La gobernanza cultural no se limita a la gestión técnica de proyectos ni al cumplimiento administrativo de instituciones. Es, ante todo, una forma de tomar decisiones colectivamente sobre los bienes simbólicos que nos definen, sobre el acceso a la cultura y sobre el rumbo que toman las políticas culturales. Implica preguntarnos constantemente: ¿quiénes deciden qué cultura se promueve?, ¿cómo se distribuyen los recursos?, ¿quién participa y quién queda fuera?

Durante mucho tiempo, las decisiones en el ámbito cultural fueron tomadas desde arriba, por instituciones públicas o élites privadas, sin diálogo real con los agentes culturales de base. Sin embargo, en los últimos años ha crecido la exigencia de modelos más participativos, horizontales y corresponsables.
La gobernanza cultural plantea precisamente eso: que las políticas culturales se diseñen y ejecuten con la participación activa de artistas, gestores, comunidades y colectivos. No como beneficiarios, sino como protagonistas.
Esto implica transformar nuestras formas de organización: crear consejos ciudadanos, mesas de trabajo, mecanismos de rendición de cuentas, plataformas de diálogo. Supone también reconocer los saberes comunitarios y las prácticas artísticas no institucionalizadas, muchas veces invisibilizadas por el aparato cultural dominante.
Esto implica transformar nuestras formas de organización: crear consejos ciudadanos, mesas de trabajo, mecanismos de rendición de cuentas, plataformas de diálogo. Supone también reconocer los saberes comunitarios y las prácticas artísticas no institucionalizadas, muchas veces invisibilizadas por el aparato cultural dominante.
Para las organizaciones culturales independientes, adoptar una perspectiva de gobernanza implica repensar sus propias estructuras. ¿Cómo se toman las decisiones al interior de los colectivos?, ¿hay espacios reales de participación?, ¿se distribuyen los roles y responsabilidades de forma equitativa?
Incorporar prácticas de gobernanza no significa volverse burocráticos, sino fortalecer nuestra capacidad de sostener proyectos a largo plazo, con legitimidad social y con impacto real. Significa pasar del liderazgo individual al liderazgo compartido, de la supervivencia a la sostenibilidad.
Incorporar prácticas de gobernanza no significa volverse burocráticos, sino fortalecer nuestra capacidad de sostener proyectos a largo plazo, con legitimidad social y con impacto real. Significa pasar del liderazgo individual al liderazgo compartido, de la supervivencia a la sostenibilidad.
Incorporar prácticas de gobernanza no significa volverse burocráticos, sino fortalecer nuestra capacidad de sostener proyectos a largo plazo, con legitimidad social y con impacto real. Significa pasar del liderazgo individual al liderazgo compartido, de la supervivencia a la sostenibilidad.

Hoy más que nunca necesitamos que las organizaciones culturales sean laboratorios de ciudadanía, espacios donde se ejerzan formas democráticas de vivir y crear juntos. La gobernanza cultural no es un lujo técnico ni una moda académica: es una condición para que la cultura siga siendo un derecho, un puente, una herramienta de transformación.
En tiempos de crisis, de polarización y de exclusión, hablar de gobernanza cultural es recuperar la política en su sentido más noble: la organización colectiva para el bien común. Desde el mural en la esquina hasta el festival comunitario, desde el taller en la colonia hasta el programa institucional, cada acto cultural puede ser también un acto de gobierno compartido.
En tiempos de crisis, de polarización y de exclusión, hablar de gobernanza cultural es recuperar la política en su sentido más noble: la organización colectiva para el bien común. Desde el mural en la esquina hasta el festival comunitario, desde el taller en la colonia hasta el programa institucional, cada acto cultural puede ser también un acto de gobierno compartido.
Porque al final, gobernar la cultura es construir futuro.